“Cuando más grande es la herida, más privado es el dolor”.

                        

“Cuando más grande es la herida, más privado es el dolor”

13 de enero, Día mundial contra la depresión.

Ma. de Lourdes Patiño Barba, Coordinadora de Investigación NIMA.

Posiblemente el 2020 será recordado más que otros años, al menos por circunstancias que dieron un vuelco a la vida de todas, o casi todas las personas del planeta: la COVID-19. Más que otros, fue un año con grandes incertidumbres en aspectos personales y sociales relacionados con la salud, la seguridad, la economía y sus efectos para el futuro cercano.

2020 fue un año de salvaguardar los derechos a la vida y a la salud, pero ello ha tenido costos personales, familiares y sociales: meses de incertidumbre, el constante temor al contagio, la tensión por la adecuada atención a la enfermedad de quienes se han contagiado, sufrir y superar la muerte de un ser querido, la afectación en el empleo y la economía familiar, y el aislamiento social que muchas de personas han seguido; todo lo anterior han favorecido que millones de personas en México y el mundo presenten ansiedad y depresión, incluyendo niñas, niños y adolescentes.

De acuerdo a la Encuesta de Seguimiento de los Efectos de la COVID-19 en hogares mexicanos (UNICEF, 2020) en familias con niños, niñas y adolescentes la afectación de la pandemia ha sido más fuerte en distintas esferas y una de ellas es la salud mental, como lo muestra el hecho de que a julio del 2020 en hogares con niñas, niños y adolescentes casi el 34% de las personas presentaron síntomas severos de ansiedad, y que en junio el 24.5% de las personas reportaron síntomas de depresión.

“Cuando más grande es la herida, más privado es el dolor”, dijo alguna vez la escritora Isabel Allende, que expresa cabalmente el hecho de que la depresión muchas veces se vive en soledad, aunque eso es justamente una de las situaciones que prolonga este padecimiento de salud mental. La frase también hace pensar en el aislamiento social de quienes la sufren, por el estigma social de “tener una enfermedad mental”.

Hay emociones que nos gusta vivir, como la alegría, y otras que no quisiéramos sentir nunca,  el miedo y la tristeza entran en esta segunda categoría. Sin embargo, sentir tristeza no es malo, ya que tiene una función muy importante: nos alerta de que algo no anda bien en nuestra vida y que necesitamos cambiarlo. Cuando la tristeza es constante y por largos periodos de tiempo se convierte en depresión, y eso sí es un problema que se debe atender.

La depresión es un estado de ánimo intenso que implica tristeza, desesperación o desesperanza y que dura semanas, meses o incluso más tiempo. No solo es algo que sólo se siente, también afecta los pensamientos de la persona e interfiere su capacidad de percibir y disfrutar de las cosas buenas de la vida. Por todo lo anterior, la depresión reduce la energía, la motivación y la concentración que necesita una persona para las actividades habituales de la vida.

Aún antes de la pandemia por la COVID-19 la Organización Mundial de la Salud (2020) alertaba que la depresión es un importante problema salud pública que padece más de 4% de la población mundial, y que los más propensos a padecerla son las mujeres, los adolescentes y las personas de la tercera edad. Si bien la cifra pareciera no muy alta, los efectos a largo plazo sí los son, ya que la depresión es la principal causa de discapacidad y de pérdida de años de vida saludables, derivadas de las afectaciones en las funciones físicas, mentales y sociales de quien la padece.

En México, la depresión ocupa el primer lugar de discapacidad para las mujeres y el noveno para los hombres. De acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) el 30% de las personas mayores de 12 años sufren algún nivel de depresión ocasional, el 12.4% los experimenta de manera frecuente (Velázquez y Lino, 2018).

La Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2018-19 (INEGI, 2020) reveló que el 11 % de los adolescentes mexicanos presentan sintomatología de depresión moderada o severa (con mayor incidencia en mujeres, en los rangos de edad de 15 a 19 años, y en quienes viven en ciudades). En este mismo estudio se encontró que sólo el 4% de los adolescentes cuenta con diagnóstico médico de depresión alguna vez en la vida, y de estos sólo el 46.1% de los adolescentes ha recibido algún tratamiento de depresión en la vida.

Si bien los trastornos depresivos son más frecuentes en las mujeres, en los hombres sus consecuencias pueden tener repercusiones más graves debido al estigma hacia la depresión en los hombres, que puede provocar que estos enmascaren los síntomas mediante conductas de alto riesgo: las mujeres tienen mayores tasas de intento de suicidio, pero en los hombres los intentos son más letales (González-Fortaleza, C., Hermosillo, A., Peralta, R. y Wagner, F., 2015).

Los datos nos muestran que millones de los adolescentes con depresión no reciben la atención necesaria. La idea general de que los padecimientos mentales son menos importantes que los físicos, o que pueden curarse con solo desearlo provocan que se prolongue la depresión, además el hecho de ver que no alcanza el “echarle ganas” aumenta el estrés y la frustración de las personas, y muchas veces dificulta que quienes padecen depresión busquen la ayuda que necesitan.

Es muy posible que existan muchas más personas con depresión de las que se tienen identificadas, ya que la gente deprimida puede no darse cuenta de que lo está. La autocrítica es parte de la depresión, por ello algunas personas pueden creer erróneamente que son unas fracasadas, que son malos estudiantes o incapaces de aprender, que no son perseverantes, que son vagas o malas personas. Por otra parte, los cambios de comportamiento (pensamiento negativo, baja motivación y energía, falta de concentración y el aislamiento social) a veces se interpretan como una mala actitud por parte de las personas que conviven con niñas, niños y adolescentes deprimidos.

Como en cualquier padecimiento de salud física o mental, identificar a tiempo la depresión puede mejorar el bienestar y la calidad de vida de la persona que la padece en el corto y mediano plazo. Las condiciones que ha impuesto la pandemia ya han provocado mayor incidencia de trastornos de ansiedad y depresión que deben ser atendidos para minimizar sus efectos a futuro, de manera que se cumplan el derecho humano de niñas, niños y adolescentes no sólo de supervivencia, sino también el derecho a una vida con bienestar, en condiciones que permitan su máximo desarrollo.

Referencias:

González-Fortaleza, C., Hermosillo, A., Peralta, R. y Wagner, F. (2015) Depresión en adolescentes: un problema oculto para la salud pública y la práctica clínica. Boletín médico del Hospital Infantil de México. Recuperado desde: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-11462015000200149

Instituto Nacional de Estadística y Geografía (2020). Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2018-19. Resultados nacionales. Recuperado desde: https://ensanut.insp.mx/encuestas/ensanut2018/doctos/informes/ensanut_2018_informe_final.pdf

Organización Mundial de la Salud (2020). Depresión. Recuperado desde: https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/depression

UNICEF México (2020). Encuesta #ENCOVID19Infancia. Efectos de COVID-19 en el bienestar de las niñas, niños y adolescentes. Recuperado desde: https://www.unicef.org/mexico/informes/encuesta-encovid19infancia

Velázquez, E. y Lino, M. (2018, Junio 22). Depresión: en 2020 será la principal causa de discapacidad en México. Animal Politico. Recuperado desde: https://www.animalpolitico.com/2018/07/depresion-2020-discapacidad-mexico/?fbclid=IwAR3O0lGq4X3yfU6TOCEB5EHGEMiMFagW7RmoTnGLWUBuxFvMnrV-AOgGySI

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