“Cuando más grande es la herida, más privado es el dolor”.
“Cuando más grande es la herida, más privado es el dolor”
Ma. de Lourdes Patiño Barba, Coordinadora de Investigación NIMA.
Posiblemente el 2020 será
recordado más que otros años, al menos por circunstancias que dieron un vuelco
a la vida de todas, o casi todas las personas del planeta: la COVID-19. Más que otros, fue
un año con grandes incertidumbres en aspectos personales y sociales
relacionados con la salud, la seguridad, la economía y sus efectos para el futuro cercano.
2020 fue un año de salvaguardar los
derechos a la vida y a la salud, pero ello ha tenido costos personales,
familiares y sociales: meses de incertidumbre, el constante temor al
contagio, la tensión por la adecuada atención a la enfermedad de quienes se han contagiado, sufrir y superar la muerte de un ser querido, la afectación en el empleo y la
economía familiar, y el aislamiento social que muchas de personas han seguido;
todo lo anterior han favorecido que millones de personas en México y el mundo presenten ansiedad y
depresión, incluyendo niñas, niños y adolescentes.
De acuerdo a la Encuesta de Seguimiento de los Efectos de la COVID-19 en hogares mexicanos (UNICEF, 2020) en familias con niños, niñas y adolescentes la afectación de la pandemia ha sido más fuerte en distintas esferas y una de ellas es la salud mental, como lo muestra el hecho de que a julio del 2020 en hogares con niñas, niños y adolescentes casi el 34% de las personas presentaron síntomas severos de ansiedad, y que en junio el 24.5% de las personas reportaron síntomas de depresión.
“Cuando más grande es la herida, más privado es el dolor”, dijo alguna vez la
escritora Isabel Allende, que expresa cabalmente el hecho de que la depresión
muchas veces se vive en soledad, aunque eso es justamente una de las situaciones que
prolonga este padecimiento de salud mental. La frase también hace pensar en el
aislamiento social de quienes la sufren, por el estigma social de “tener una
enfermedad mental”.
Hay emociones que nos gusta vivir,
como la alegría, y otras que no quisiéramos sentir nunca, el miedo y la
tristeza entran en esta segunda categoría. Sin embargo, sentir tristeza no es
malo, ya que tiene una función muy importante: nos alerta de que algo no anda
bien en nuestra vida y que necesitamos cambiarlo. Cuando la tristeza es
constante y por largos periodos de tiempo se convierte en depresión, y eso sí
es un problema que se debe atender.
La depresión es un estado de
ánimo intenso que implica tristeza, desesperación o desesperanza y que dura
semanas, meses o incluso más tiempo. No solo es algo que sólo se siente, también afecta los pensamientos de la persona
e interfiere su capacidad de percibir y disfrutar de las cosas buenas de la
vida. Por todo lo anterior, la depresión reduce la energía, la motivación y la
concentración que necesita una persona para las actividades habituales de la
vida.
Aún antes de la pandemia por la COVID-19 la
Organización Mundial de la Salud (2020) alertaba que la depresión es un importante
problema salud pública que padece más de 4% de la población mundial, y que los
más propensos a padecerla son las mujeres, los adolescentes y las personas de
la tercera edad. Si bien la cifra pareciera no muy alta, los efectos a largo
plazo sí los son, ya que la depresión es la principal causa de discapacidad y de
pérdida de años de vida saludables, derivadas de las afectaciones en las
funciones físicas, mentales y sociales de quien la padece.
En México, la depresión ocupa el
primer lugar de discapacidad para las mujeres y el noveno para los hombres. De
acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) el
30% de las personas mayores de 12 años sufren algún nivel de depresión
ocasional, el 12.4% los experimenta de manera frecuente (Velázquez y Lino,
2018).
La Encuesta Nacional de Salud y
Nutrición 2018-19 (INEGI, 2020) reveló que el 11 % de los adolescentes mexicanos
presentan sintomatología de depresión moderada o severa (con mayor incidencia
en mujeres, en los rangos de edad de 15 a 19 años, y en quienes viven en
ciudades). En este mismo estudio se encontró que sólo el 4% de los adolescentes
cuenta con diagnóstico médico de depresión alguna vez en la vida, y de estos
sólo el 46.1% de los adolescentes ha recibido algún tratamiento de depresión en
la vida.
Si bien los trastornos depresivos
son más frecuentes en las mujeres, en los hombres sus consecuencias pueden
tener repercusiones más graves debido al estigma hacia la depresión en los
hombres, que puede provocar que estos enmascaren los síntomas mediante
conductas de alto riesgo: las mujeres tienen mayores tasas de intento de
suicidio, pero en los hombres los intentos son más letales (González-Fortaleza,
C., Hermosillo, A., Peralta, R. y Wagner, F., 2015).
Los datos nos muestran que millones
de los adolescentes con depresión no reciben la atención necesaria. La idea
general de que los padecimientos mentales son menos importantes que los
físicos, o que pueden curarse con solo desearlo provocan que se prolongue la
depresión, además el hecho de ver que no alcanza el “echarle ganas” aumenta el
estrés y la frustración de las personas, y muchas veces dificulta que quienes
padecen depresión busquen la ayuda que necesitan.
Es muy posible que existan muchas
más personas con depresión de las que se tienen identificadas, ya que la gente
deprimida puede no darse cuenta de que lo está. La autocrítica es parte de la depresión, por ello algunas personas pueden creer erróneamente que
son unas fracasadas, que son malos estudiantes o incapaces de aprender, que no
son perseverantes, que son vagas o malas personas. Por otra parte, los
cambios de comportamiento (pensamiento negativo, baja motivación y energía, falta
de concentración y el aislamiento social) a veces se interpretan como una mala actitud por parte de las
personas que conviven con niñas, niños y adolescentes deprimidos.
Como en cualquier padecimiento de salud física o mental, identificar a tiempo la depresión puede mejorar el bienestar y la calidad de vida de la persona que la padece en el corto y mediano plazo. Las condiciones que ha impuesto la pandemia ya han provocado mayor incidencia de trastornos de ansiedad y depresión que deben ser atendidos para minimizar sus efectos a futuro, de manera que se cumplan el derecho humano de niñas, niños y adolescentes no sólo de supervivencia, sino también el derecho a una vida con bienestar, en condiciones que permitan su máximo desarrollo.
Referencias:
González-Fortaleza,
C., Hermosillo, A., Peralta, R. y Wagner, F. (2015) Depresión en adolescentes:
un problema oculto para la salud pública y la práctica clínica. Boletín médico del Hospital Infantil de
México. Recuperado desde: http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1665-11462015000200149
Instituto
Nacional de Estadís
Organización
Mundial de la Salud (2020). Depresión. Recuperado desde: https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/depression
UNICEF México (2020). Encuesta #ENCOVID19Infancia. Efectos de COVID-19 en el bienestar de las niñas, niños y adolescentes. Recuperado desde: https://www.unicef.org/mexico/informes/encuesta-encovid19infancia
Velázquez, E. y Lino, M. (2018, Junio 22). Depresión: en 2020 será la principal causa de discapacidad en México. Animal Politico. Recuperado desde: https://www.animalpolitico.com/2018/07/depresion-2020-discapacidad-mexico/?fbclid=IwAR3O0lGq4X3yfU6TOCEB5EHGEMiMFagW7RmoTnGLWUBuxFvMnrV-AOgGySI
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